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Channel: Imprudencia Temeraria
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Aguas milagrosas

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No sé si ya habré comentado alguna vez que el agua en la costa mediterránea de esta santa Península es directamente asquerosa. Cal, nitratos, salinización... tiene tantas cosas que no sé cómo le caben las dos moléculas de hidrógeno, a la pobre. Es incolora de milagro, inodora si tienes la nariz taponada, y ojalá fuera insípida.

Afortunadamente, en mi santísima provincia tenemos algo que no tienen otras: la Sierra de Espadán.


No sé si es por la composición de las rocas de las montañas, por la altura o porqué otro motivo, pero lo cierto es que el agua de las fuentes de Espadán es tan deliciosa como asquerosa es la de La Plana. Y eso unido al tópico de que lo de pueblo es tradicional y eso, y mola más que lo de ciudad, es lo que hace que miles de urbanitas suban a las zonas montañosas de Castellón en busca de agua de fuente, embutidos y barras de pan, y vuelvan relamiéndose.

Mi abuelo fue uno de ellos. Un día volvió diciendo que había encontrado un pueblo donde el agua era buenísima y los embutidos de chuparse los dedos. Tanto insistió que convenció a mi abuela, que no era nada de salir de casa, y toda la familia nos metimos en el coche rumbo a Villacabras del Monte (el nombre es ficticio, no quiero demandas por difamación que ya tengo el sueldo bastante reducido).

Allá que íbamos, Abuelo y Abuela en su flamante 600, Señorpadre, Mamá y yo en nuestro no menos flamante 850, Tíoparañero, en su R-4, con mi tía, Primapsicópata y no recuerdo si mi primo había nacido ya por aquella época, y la hermana de mi abuela y su marido (de estos no recuerdo el modelo de coche, pero no creo que fuera mucho mejor que los ya mencionados). Allá que íbamos, digo, cuesta arriba por unas carreteras cuyas curvas habrían avergonzado a Jessica Rabbitt si aquel año ya la hubieran dibujado.

Llegamos a Villacabras del Monte, con los motores echando humo por dónde no debían. En el bar, mientras nos tomábamos un refresco, preguntamos por el paradero de la famosa fuente. Tras asaltar la carnicería, de la que mi abuela salió muy enfadada porque los maravillosos embutidos eran una pista de aterizaje para moscas, nos metimos en los vehículos y partimos rumbo a la fuente.

Resultó que la fuente en cuestión estaba al lado de la carretera. Descendimos majestuosamente de los vehículos y bajamos por la senda que conducía al hilillo de agua, mientras mi abuelo cantaba las alabanzas del líquido elemento cual secundario de "Las mil y una noches".

De modo que el marido de la hermana de mi abuela llenó una garrafa de agua y la levantó en el aire con la intención de beberse un largo trago "al gallo". Y entonces, la dulce y armoniosa voz inocente de una adorable niña de rizos dorados que aún no era miope, dijo:

-¡Ahí se mueve algo!

Sí, vale, confieso, fui yo. ¡pero es que se movía algo! Muchos algos, concretamente muchos renacuajos pequeñitos que merecían mejor destino que ser digeridos por mi tío-abuelo, animalicos...


La garrafa cayó al agua con estrépito, mientras un grito de horror resonaba por las montañas y mi abuela comenzaba a hacer lo que mejor sabía: regañar a mi abuelo con creativos epítetos, como "cap de siti" (que nunca conseguí que me explicara lo que significa). Total, que terminamos vaciando las garrafas y volvimos a casa con las orejas gachas y el único fuet no mohoso que encontramos en la carnicería dentro del maletero.

Posteriormente, nos enteramos de que nos habíamos equivocado, y que en lugar de en la fuente, habíamos llenado las garrafas en el río local. Pero ya daba igual. Mi abuela no solo estaba cabreada, sino que el trauma borró todo el incidente de su memoria y el resto de su vida negó haber estado alguna vez en Villacabras del Monte.

Al menos, no terminamos como estos pobres chinos. Es un consuelo.


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